A la hora de escoger la “almohada ideal”, además de tener en cuenta el tejido y el relleno, es importante considerar qué tipo de firmeza queremos, o más bien, necesitamos. Las almohadas se pueden clasificar según su firmeza en: almohadas bajas, medias y altas. Para elegir una almohada, la regla general es la misma que se aplica para elegir el colchón: Aquella que nos resulte más cómoda y nos ayude a tener la columna vertebral en una postura correcta y natural. La elección de un grado u otro de firmeza no debe ser aleatoria, sino que estará relacionada con nuestra “complexión física” y con nuestra posición más habitual al dormir. Por lo tanto, lo primero que hay que determinar, una vez considerado nuestro grado de corpulencia, es cual es la posición más común. Solo hay que pensar en cuál es la postura en la que estamos la mayoría de las veces al despertar: de lado, boca arriba o boca abajo. En función de la respuesta, será un punto de partida para escoger nuestra almohada ideal. Si dormimos de lado, la almohada que usemos deberá permitir que el cuello quede en horizontal y alineado con la columna vertebral; ni más alto ni más bajo. Será necesaria, pues, una almohada gruesa y de firmeza alta para equilibrarse con la anchura del hombro. Si dormimos boca arriba, necesitamos una almohada de firmeza media, que se adapte a la curva natural del cuello; ni muy gruesa ni muy fina para que las “vértebras cervicales” no cojan una postura forzada o poco natural. Si se da el caso de que dormimos la mayoría del tiempo boca abajo, debemos escoger una almohada de firmeza baja para que la cabeza y el cuello queden girados en una postura natural, cómoda y que no nos perjudique. Para los inquietos que se mueven mucho y cambian de posición durante la noche, la almohada de firmeza media será la más indicada.